Viendo Mamen como mis pantalones delataban al bulto que se escondía en su interior, procuró facilitarle más fuego del que ya disfrutaba, bien restregándolo con sus manos o bien pasando delicadamente el fondo del vaso helado sobre él. Mientras esto ocurría una nueva idea asomó a mi cabeza, así que me acerqué a su oído para proponérsela. Un mmmmmmm salió de sus labios. Así que dispuesta a satisfacerme se dirigió al baño. En su camino veía cómo se sabía contemplada, deseada lo que hizo si cabe que sus movimientos fueran más sensuales.
Mientras estaba en el baño mi mente recapitulaba las imágenes más morbosas de aquellos dos días anteriores: su cara de vicio y regusto mirando la mía mientras me la chupaba, sus manos apoyadas en el balcón y sus pechos rozándolo mientras la follaba por detrás a media tarde, su cara de placer al masturbarla en la cafetería del hotel mientras desayunábamos, sus gritos, sus susurros, sus gemidos, sus ¡quiero más! y sus ¡sigue, sigue, sigue! Aunque mi cabeza era un continuo ir y venir de flash-backs, mi mirada seguía esperando su presencia. Al cabo de unos minutos apareció y con paso firme y decidido se dirigió al hombre del traje gris, no sé si sería el mismo de Sabina. Sin más espera y sin que él lo esperara, decidió palpar con sus manos aquel miembro que tan deseoso estaba de caricias. Él instintivamente trató de agarrarla por el hombro pero ella se supo zafarse y en un pis-pas estar a mi lado.
¡Cómo lo había puesto! Sus ojos en un tiempo medio bizcos, ahora desorbitados, su boca salivando con una intensidad inusitada, su cara llena de sudor, sus manos nerviosas apurando desaforadamente la última gota que quedaba en su copa, su polla, mejor lo imagináis, no soy quien para describir tal situación porque tampoco estaba en condiciones de tirar la primera piedra.
Miré el reloj. Las dos y veinticinco. A decir verdad había de sumar una hora más porque mi reloj marcaba la hora canaria y es que para mí es más fácil sumar una hora más que cambiar el reloj cuando viajo a la península. Decidimos que ya era hora de abandonar el local, pero esperamos que la noche nos siguiera deparando más sorpresas.
—Si quieres ver cómo follamos, vete detrás de nosotros hasta el parking de tierra —le dije al oído del hombre del traje gris, mientras le guiñaba el ojo izquierdo.
Quería saber qué cara iba a poner, a la par que quería contribuir a avivar más su calentura, si es que era posible. Pensaba que se quedaría allí, clavado en el bar o bien iría al baño dispuesto a liberar toda la lava que aquel vendaval llamado Mamen le había provocado.
Nos fuimos sin mirar atrás. Salimos del local, riendo y brincando entre los pequeños charcos que las finas gotas de lluvia habían provocado. Cuál fue mi sorpresa al ver que el hombre del traje gris seguía nuestros pasos a unos cincuenta metros. Se lo dije al oído de Mamen e hicimos como si no nos hubiéramos dado cuenta de nada. Nos dirigimos al parking donde nos esperaba su A3 rojo. Abrió su puerta trasera y nos metimos en su interior, eso sí, cerrando los seguros.
Sin ningún preámbulo y en el estado en que se encontraban nuestros cuerpos y nuestras mentes, Mamen bajó rápidamente mi pantalón y con un frenesí inaudito comenzó a chupar y chupar. Lo hacía como si de una contrarreloj se tratara, con una velocidad endemoniada. En su dulce vaivén, me di cuenta como frente al coche se había situado el hombre del traje gris, que había perdido en unos instantes sus composturas y se encontraba herramienta en mano, dedicado a satisfacer sus instintos con un robotizado estilo que sobrepasaba los límites de velocidad estandarizados y que ponían en peligro su carnet por puntos.
No podía dejar que Mamen no pudiera ver el espectáculo que se representaba en el exterior. Por ello, la puse a cuatro patas con su cara pegada al cristal, frente a él y sin parar un segundo la empecé a follar salvajemente. La calentura acumulada en el local empezaba a surtir efecto.
No pasaron más de dos minutos para que unos gotarrones de un líquido viscoso salpicaran el cristal donde Mamen apoyaba su cara. El hombre del traje gris, no había podido aguantar más su fuego interior y había decidido obsequiar a Mamen con aquel placer visual. Eso la volvió más loca aún. Notaba cómo se movía y cómo se contraía, cómo gemía y cómo gritaba. Mientras el hombre del traje gris finalizados sus quehaceres había recogidos sus útiles de trabajo y se había marchado por donde llegó. Pronto, superexcitada, noté como tenía su primer orgasmo, y como el segundo no tardó en llegar, justo en el instante en el que la saqué de su interior para rociar toda su espalda y que sintiera la lava que emanaba de mi interior. Froté su espalda sin parar como si de un bodymilk se tratara. Se dio la vuelta y nos besamos apasionadamente.
—Me has hecho sentir la mujer más deseada del mundo, ¿nos vamos al hotel? Quiero demostrarte todo mi agradecimiento.