Llevaba tiempo en una famosa página de contactos buscando un buen coño donde disfrutar de los placeres que nos da el cuerpo. Un día, apareció una muchacha, de centroeuropa, de uno de esos países pequeños con un nombre muy largo. Ella era algo mayor que yo, de rasgos asiáticos.
Enseguida congeniamos y le dije que viniera a mi casa, y así lo hizo al fin de semana que entraba. Una vez en casa, tuvimos alguna charla insustancial y me senté a su lado. Ella parecía intimidada, o quizás se lo hacía. Pronto empecé a meterle mano, acercando mi mano hacia sus ingles, entre dos muslos jugosos. Era una mujer de curvas, bien definida, con muy buenos pechos. Empezamos a besarnos y empezamos el jugueteo, mano aquí, prenda para allá.
Después de comerle las tetas y jugar con sus pequeños placeres como el cuello y la oreja, le agarré de la mano y nos fuimos a la cama. allí le bajé las bragas y me enterré entre sus piernas. Empecé a saborear toda su esencia. Ella respiraba fuerte y rápido, mientras buscaba mis manos para apretarlas. Cuando comprendí que la había dejado suficientemente húmeda, me quité el calzoncillo y ella se rió nerviosa. Imagino que estaba acostumbrada a miembros orientales que son conocidos por no destacar mucho. Me puse el condón y se la metí, sin tener que detenerme mucho ya que todo indicaba que ella tenía mucha hambre. Me anclé a sus caderas y empecé a moverme con la mía como si tuviera que destrozar algo ella se retorcía y ruborizaba. La puse en varias posiciones, donde pareció que de lado disfrutaba aún más al darme más acceso a profundizarla. Yo también disfruté de la imagen pasiva de ella tumbada de lado, dándome todo el derecho sobre su culo, su coño y todo su cuerpo. De nuevo, me agarré a su piernas y empecé a martillearla. Entre tanto, jugaba con sus enormes pechos con diminutos pezones. Ella parecía gozar con todos en absoluto. También disfrute cuando se puso con el culo en pompa, ya que sus caderas daban lugar a un increíble culo, al cual le choqué toda la carne que pude, con el consecuente sonido rítmico y seco. Luego de varias posturas, gemidos y corridas, decidimos acabar con la marea de placer.
Cuando terminamos, me fijé cómo su vaquero recorría su curvas hasta ajustarse. Era muy bonita. Me comentó que estaba separada del marido y que nos volveríamos a ver. Y de hecho así fue.
Aún recuerdo vivamente su pelo negro y su piel blanquecina, con todo detalle.