Fuimos a cenar los cuatro, como de costumbre, pero esta vez las chicas habíamos reservado en un restaurante de un conocido hotel de la ciudad. Ambas parejas llevamos bastantes años felizmente casados, con hijos y con una vida socialmente correcta. Las relaciones son estables; nos amamos y tenemos bien claro que deseamos compartir la vida con nuestras respectivas parejas. No obstante, siempre coincidíamos en la necesidad de ponerle esa chispa a la relación que, con la monotonía de los años, habíamos perdido.
Comenzábamos a tener conversaciones subidas de tono, hablábamos de nuestros gustos sexuales y de la idea de hacer algo diferente algún día. Una vez se nos ocurrió que podríamos viajar a Madrid, visitar algún club swinger y demás, sin correr el riesgo de ser reconocidos y así poder dar rienda suelta a nuestros más íntimos deseos...
La velada fue fantástica y, al acabar la cena, cogimos el ascensor para dirigirnos a la salida del hotel. Sin que ellos se percataran, las chicas pulsamos el botón del piso 7. Cuando el ascensor llegó, ellos comentaron que por ahí no era la salida, a lo que nosotras respondimos muy sensualmente y mirándoles a los ojos: "Lo sabemos... ".
Se quedaron estupefactos cuando abrimos la puerta de la habitación, que durante toda la tarde habíamos preparado para darles la sorpresa. Una hilera de velas de color iluminaba el camino hacia la cama, sobre la que estaban mimosamente colocados una serie de pétalos de rosa, algunos artilugios sexuales y dos antifaces negros...
Notamos como a nuestros chicos se les cortaba la respiración, no podían cerrar la boca y eran incapaces de articular palabra alguna; tan sólo emitían las típicas risas nerviosas...
Les servimos una copa del champán que previamente habíamos enfriado y les dijimos que disfrutaran del momento. Nos acercamos y les susurramos al oído que nos esperaran allí.
Salimos de la habitación y nos dirigimos al baño, donde teníamos preparados nuestros mejores atuendos...
Nos pusimos ropa sensual, tacones de aguja e hicimos sonar "You can leave your hat on" del inigualable Joe Cocker.
Nos acercamos y, a una distancia prudencial, empezamos a contonear nuestros cuerpos sensualmente al compás de la música...
Cada vez hacía más calor en la habitación... Les pusimos los antifaces y poco a poco les fuimos despojando de la ropa. Ellos, con los la excitación del momento, querían hablar, pero cada vez que lo intentaban, nosotras poníamos nuestros dedos índices sobre sus labios y les susurrábamos al oído: "déjate llevar... ".
Los tumbamos sobre la cama y, como habíamos seleccionado minuciosamente la música, comenzó a sonar "Je t’aime moi non plus". Uff!, Cómo se pusieron al notar nuestras caricias con el plumero erótico!!
En un momento dado, nos levantamos y cada una de nosotras comenzó a acariciar a la pareja contraria. Cómo disfrutamos al escuchar su excitación!
Comenzó a sonar "My All" de Mariah Carey. Volvimos con nuestras respectivas parejas y empezamos a besar sus cuerpos, insistiendo en las zonas erógenas que conocíamos a la perfección...
Les quitamos los antifaces, jugamos unas cuantas horas e hicimos el amor apasionadamente.
Aquella noche vivimos una experiencia que recordamos constantemente, pues disfrutamos del placer de la buena música, el erotismo y, como no, de la buena compañía.