Y me besó. Su lengua era esponjosa, caliente y juguetona. Buscaba la mía de manera incansable mientras metía la mano entre mis muslos, buscando la humedad que me estaba provocando.
No dijo nada cuando me vio en la cafetería a través del cristal. Frenó en seco, se detuvo cinco segundos mientras clavaba su mirada en mi rostro. Entró, se dirigió hacia mí y se sentó en mi mesa, justo en la esquina, retirada de miradas curiosas. Un momento antes, había estado mirando el móvil para saber si había leído alguno de mis Wathsapp, buscando desesperada el icono azul. Y ahora estaba ahí, sentado a mi lado mirándome a los ojos y bajando hasta el canalillo. Mis pulsaciones se aceleraron. Podía notar el pecho palpitando, como si mi corazón quisiese salirse de su cavidad. Todas las mariposas de la ciudad tenían juerga en mi estómago. Mis pezones se pusieron duros y podían notarse a través de la camiseta, justo hoy que me la puse sin sujetador.
Este sitio es de los más acogedores de por aquí. Me encantaban esos butacones antiguos en diferentes tonos, las alacenas color cerezo, con juegos de té y cafeteras antiguas en las vitrinas. La luz cálida que desprendían las lámparas que colgaban desde el alto techo, los apliques de las paredes, que junto el aroma a café y pasteles recién hechos, hacían aún más mágico el lugar. En la barra atiende ese señor de barba y pelo blanco. Siempre me hace él el café. Lo hace tan bien, que parece un hechizo, como si fuese algún tipo de Druida especializado en la materia.
Seguía mirándome. Tragué un nudo. Intenté hablar. Bruno puso un dedo sobre mis labios. Y me besó. Ahora las mariposas, hormigas o lo que fuesen, estaban recorriendo mis piernas hasta entremedio de ellas, haciéndome cosquillas "ahí". El corazón parecía que se me había alojado en las bragas, justo en medio de mis carnosos y depilados labios. Los pezones volvieron a marcarse de nuevo, con más intensidad. Él, muy astuto, metió la mano entre mis muslos, dirigiéndose a las braguitas, que poco a poco se empapaban.
Mientras caía la tarde, el lugar iba albergando más gente que buscaba desconectar de su ajetreada vida. Querían escapar de la ruidosa ciudad sin salir de ella. El señor de la barra estaba afanado haciendo cafés y sirviendo suculentos gofres con chocolate, que recorrían con su olor toda la cafetería. Aunque estaba llena, había silencio. Al entrar por la puerta, todo el mundo asumía que el sitio era como una especie de templo, donde la gente ruidosa no era bien recibida.
Y yo, seguía allí, en la mesa de la esquina, mientras Bruno tocaba mi coñito jugoso a través de las bragas mojadas y me besaba. Me olvidé de que el lugar estaba concurrido. Me olvidé de la gente. Me olvidé del móvil y del café. Me centré en Bruno y en mí. Me cogió la mano y la puso sobre su pantalón. Sí, ahí mismo, donde estás pensando. Estaba duro, enorme, firme y quería que yo supiese lo que ocurría, que me percatase que había fiesta bajo su ropa interior.
Apartó mis braguitas a un lado, rozó mi intimidad y sus dedos se inundaron de mí. Retiró la mano de la zona, me los mostró y acto seguido los chupó.
-Eres deliciosa, cítricamente deliciosa- Dijo sin retirarme la mirada. Dirigió los dedos hacia mi boca y los introdujo en ella. Era un sabor distinto a todo lo que había probado. Tenía razón, era como cítrico, como ácido. Volvió a bajar su mano, tocándome con los mismos dedos, pero esta vez los metió y los dejó dentro, alojados en mí. Con el pulgar, me tocaba el clítoris, que incluso notaba como me latía. Estaba muy excitada y me daba igual si había alguna mirada curioseando, incluso esa idea me excitaba aún más. Saber que podía haber hombres duros y mujeres mojadas por culpa nuestra, me hacía continuar con aquello. Probablemente luego se tocaran suculentas pajas para aliviar lo que Bruno y yo habíamos provocado. "De nada" pensé mientras mi coñito era invadido por el placer.
Bajé la cremallera del vaquero de Bruno y se la saqué. Noté la punta mojada, así que pasé el dedo por allí y me lo llevé a la boca mientras lo miraba a los ojos.
-Qué rico sabes. También eres cítrico- Le dije con voz erótico-festiva. Recoloqué mi mano y comencé a masajear suavemente, dejando que disfrutase. No podía ver a través de la mesa, pero podía imaginar, por las dimensiones que había alcanzado, que debía estar venosa y con la punta de un cierto color púrpura. Creo que es una de las veces que más gorda y dura la pude notar en mi mano. Mi ritmo fue aumentando al igual que su respiración. De vez en cuando, cerraba los ojos, dejándose llevar. A veces, al bajar los párpados, le acompañaba un resoplo. Él, seguía con sus dedos dentro de mí y con la misma tarea que se había adjudicado. El ritmo de los dos fue aumentando cada vez más, acercándonos a lo que ambos estábamos ansiosos de alcanzar.
-Niña ¿Quieres más café?- Me preguntó el viejo Druida peliblanco. Resoplé y dejé de tocar a Bruno. De alguna forma, maldije en mi mente aquella interrupción, aunque educadamente, respondí con una sonrisa
-Sí, otro por favor ¿Le puedes poner un poco de leche?
-Sí, por supuesto- Respondió -¿El muchacho desea algo?- Preguntó a Bruno
-Sí, una limonada por favor- Respondió él al tiempo que me sonreía con complicidad.
Fui hacia la barra a por lo que habíamos pedido sintiéndome. Me notaba. Al caminar, percibía como mis labios resbalaban entre sí y como mi clítoris estaba entre medio de ellos palpitando. Puse sobre la mesa la tacita de café con leche humeante y el vaso largo de limonada, por el cual resbalaban gotitas de agua, siendo visible lo fresquita que estaba. Sin pensármelo dos veces, pasé el dedo por el vaso mojando y lo llevé hasta mi boca mientras miraba a Bruno. Él, metió dos dedos dentro de la limonada, los bajó directo a mis piernas, me abrió los muslos y los introdujo en mí. Que fresquito sentí. Tenía la zona tan caliente, que incluso agradecí que hiciese aquello. Notar sus dedos fríos recorriéndome, era una sensación diferente y extraña que me gustaba. Sacó los dedos y se los llevó a la boca
-Limonada caliente- Dijo sonriendo y mirándome de reojo
Metí también los dedos en la limonada y busqué su cañón armado por debajo de la mesa. Puse los dedos fríos justo en la punta y noté como él se curvó un poco, intentando huir de alguna forma de mis helados y ácidos dedos. Comencé a hacer círculos y a acariciar un poco la zona. Noté como se había secado, así que me giré un poco y escupí en mi mano lo más disimuladamente que pude. Volví a colocar mi mano sobre su polla dura y la moví arrítmicamente de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo. Más rápido... Más Lento... Más presión... Sólo en la punta... Bruno cerraba los ojos, resoplaba y se mordía el labio. Paré. Relajó el cuerpo y me miró, intentando buscar una respuesta a aquel repentino parón
-Eres, eres... Eres ácida como el limón, pero fuerte como el café.
Sin mencionar palabra, metí tres dedos dentro del cortado, que estaba caliente pero no hirviendo. Volví a dirigirme a su enrome y latente miembro, pero ahora con la mano caliente del café. La puse de nuevo sobre su cabeza, buscando una reacción inmediata en él. Este tipo de jugueteos con líquidos a diferentes temperaturas y pensar que estaba rodeada de gente, estaba haciendo que calase mi falda, mojando la silla.
-No sabes lo cachonda que estoy. Acabo de mojar la silla de "limonada"- Le dije acercándome a su oído con voz sugerente
-Yo estoy a punto de manchar de "leche" la mesa
Sí. Este sitio es de los más acogedores de por aquí. Una especie de templo, donde poder tomar algo fuera de la ciudad sin salir de ella. Con aroma a gofres, pasteles y café, donde el silencio sólo es interrumpido por el molinillo, triturando el café en grano. Tiene una mesa al fondo, justo en la esquina, donde pasas desapercibido. El señor de cabello blanco te atendrá amablemente. Si un día pasas por aquí, avísame. Así podremos tomarnos una limonada... o un café con leche...
freedom | 17/10/2017 21:30
Miren miren... Puede que me pillen por ahí...