Mariana me había invitado a comer. Era la segunda vez que nos veíamos. Durante la comida comenzamos a jugar a las prendas y ya en el segundo plato, estábamos completamente desnudos. Vinieron luego unos juegos y pasamos automáticamente al postre.
Besé sus labios, chupé su lengua, mordí su cuello y lameteé su nuca mientras mis manos buscaban sus pechos desnudos, turgentes... Sus pezones, duros y erguidos, me invitaban a comerlos, guiados por una gotas de helado que intentaban que no me equivocara de camino. Y en efecto no me equivoqué.
La punta de mi lengua empezó a juguetear con sus pezones, uno y otro, en un ritmo frenético y a la vez plácido. Sin embargo, la temperatura de mi cuerpo subía, al ver subir su excitación. Mi lengua y mis manos estaban haciendo su trabajo. Sus jadeos me indicaban su desenfreno. Hundí mi cara entre sus pechos y me dejé llevar.
Pero aquel helado juguetón me pedía más y unas gotas juguetonas hicieron que mi lengua viajara por su tripita que era como ella le gustaba que la llamara. Y aunque ellas corrían, yo me paraba, explorando y saboreando cada rincón de su piel.
Vi como Mariana movía su culo para abrir bien las piernas en un inequívoco gesto de lo que pretendía. Las gotas de helado seguían resbalando, mientras su sexo se mostraba impaciente deseando su llegada. En ese momento, un poco tahúr, un poco juguetón, dejé que el helado esperara y se derritiera...
De su barriga salté a sus muslos, a los que abracé mientras mi lengua erizaba su piel. Encontré su rodilla y luego llegué a su pie. Fui travieso, lo acaricié y le hice cosquillas que provocaron risas mezcladas con jadeos de placer.
Volví a sus rodillas, después a sus muslos y entonces encontré sus ingles, sensibles y finas. Mis dedos empezaron a jugar con su clítoris, como a ella le gustaba. Una mano le abría el coño mientras la otra lo masajeaba con vigor. La humedad me invitaba a saborear aquella extraña mezcla entre helado de mandarina y jugos de mujer. Dulce y ácido, salado y dulce. Aquel sabor me volvió loco y mi boca, mis labios, mi lengua y mis dientes, todos a una, empezaron a comer con delicadeza, con fuerza, mezclando mi saliva en aquel cóctel. Recorrí con mi lengua y labios su vagina por dentro y fuera, mientras mis dedos seguían acariciando su clítoris, primero lento, luego cada vez más rápido. Una riada de líquidos y unos gritos de placer me indicaron que el helado había logrado su objetivo.
Repetí la situación un par de veces más –y un par en canario suelen ser más de dos.
Entonces me levanté y le ofrecí mi polla para que me trasladará al séptimo cielo. Cogió una copa de cava tomó un sorbo y sin más se la metió toda en su boca… Mmmm … Las burbujas y su efecto.
Mariana me obsequió con lo mismo que el día anterior le había regalado.