Todos los domingos deben ser así

Sabía que iba llamando la atención, sabía que los hombres me mirarían y yo los enfocaría para que ladearan la cabeza, para que se cortasen. Ese juego me mola.

Me gusta sentirme sexy, llamar la atención pero sin pasarme, sin parecer vulgar. Tener pinta de cañera, de mujer poderosa. Me pone la idea de pensar que están esperando a que mire a otro lado o tenga la mirada puesta sobre mi chico para notar sus miradas de refilón.

Siempre hay algo que es el protagonista del look. Esta vez, el look, era el protagonista.
Pelo al viento, labios rojos, gafas aviador, camisilla roja que daba pie a imaginar, falda corta vaquera y medias de rejilla rotas por el coño.

Dimos un largo paseo por algunos de los montes de nuestra isla. Encontramos un pequeño rincón bastante apartado de la carretera y paramos a almorzar. Siempre tenemos cachondeo el uno con el otro, siempre hay metidas de mano a la mínima oportunidad, y, reconozcámoslo, soy una calientapollas con él, para que nos vamos a engañar.

En el almuerzo hubo más que eso. La "sobremesa" fue amenizada con una buena comida para él a la sombra de los pinos. Le encanta que se la chupe al aire libre. Se le pone como una roca al muy cabrón. A esto le siguió una maravillosa follada mientras le daba la espalda y me sujetaba al tronco de un árbol. Escuchar el eco con mi orgasmo fue un subidón. Todas las montañas eran testigo de lo que allí había pasado aquel domingo.

Había chupado, había follado y me había corrido pero aún, seguía cachonda.
Rumbo a casa. Autopista dirección Santa Cruz.

17:00 ¡Café por favor!
Paramos en la gasolinera más próxima. Por el camino le estuve metiendo mano mientras conducía. Metí la mano bajo su pantalón y se la acaricié con detenimiento, con placer, con gusto, disfrutándolo ambos. Esperamos como dos minutos para que él se pudiese bajar del coche sin "campamento". Entramos en el bar. Casi todo hombres. Sólo había una pareja sentada en una de las mesas de la entrada, así que decidimos sentarnos al fondo, un poco más apartados del resto.

Nos pusimos uno frente a el otro en la mesa. Yo me pedí un barraquito y él una caña. Observé a mi alrededor. La barra estaba como a unos 6 metros de distancia, así que estaba lejos pero cerca. El camarero morenito estaba de muy buen ver. Noté que, cada vez que lo enfocaba, su cabeza se giraba, intentando hacerme creer que no me miraba hasta que lo pillé. Sus ojos se dirijían a mis piernas. Estaba mirando debajo de la mesa para intentar averiguar que era lo que escondía por ahí.

Me levanté y le pedí la llave del aseo. Casi no me pudo mirar a la cara. Pobre.

Entré en baño y me subí la falda. Tenía las bragas empapadas. Ni siquiera dudo que la silla estuviese mojada. Había una suculenta mancha de fluidos sobre aquella ropa interior negra. Me sequé bien con el papel, retirando el exceso de mis jugos de toda la zona. Miré de nuevo las bragas y pensé "que comience el juego".

Según llegué a la mesa, le di las bragas a mi chico.

-Sigues perra eh...
-No lo sabes bien.-Respondí.

Le conté lo del camarero. Le dije que me apetecía jugar. Hubo consentimiento.

Me descalcé. Alcé mi pierna derecha y comencé a masajearle la polla con la planta del pie. El camarero no se había percatado de nada así que lo avisé.

-Perdona, ¿Podrías traerme un vaso de agua, por favor?

Ahí se dio cuenta. Abrí un poco más las piernas para que no se perdiera el espectáculo. Bajé mi mano tímidamente y comencé a tocarme. Mi chico no hacía sino mirarme y preguntarme si lo disfrutaba, a lo cual yo asentía.
El chico de la barra llegó con cierto bulto sospechoso bajo sus pantalones. Sin querer (digamos que fue así) derramé lo poco que me quedaba del barraquito en la mesa, así que el muchacho tuvo que volver para limpiar todo aquel desastre que mis manos habían causado. Cuando estaba lo suficientemente cerca de mí mientras pasaba el trapo, le susurré al oído.

-Te follaba.

Giró la cara, miró primero mis ojos, bajó hasta mi escote y se mordió el labio inferior. Se marchó sin más. Idiota.

Pagamos y de nuevo a casa.

Ya en el garaje del edificio, le pedí a mi chico que se pasase al sillón de atrás del coche. No se lo pensó demasiado. Me subí sobre él y comencé a cabalgar aquella polla dura y gruesa aún a riesgo de que nos viera algún vecino. Me lo follé con ganas, con desespero, con ansia. Pensé en todo lo acontecido ese día, pensé en el chico del bar, pensé en el eco de las montañas, pensé en la textura de aquel pino mientras...

Dejé de pensar. Mente en el máximo, piel de gallina, contracciones involuntarios, jadeos y rigidez en mi cuerpo. Mis gemidos no llegaron al 5º porque mi chico me contuvo tapándome la boca y dándome nalgadas.

A esto lo llamo yo un buen domingo.