Suelo visitar un local swinger muy a menudo. A lo largo del tiempo he conocido muchas personas en este entorno.
Voy a contaros la historia de una pareja que conocí en una ocasión.
Ellos frecuentaban el club una vez al mes, no tanto como quisieran debido a que él vive en Tenerife y ella aquí, en Gran Canaria.
El chico tiene 39 años y una larga experiencia en este mundillo, lo que contrasta con la inexperiencia de su pareja de 21 años. Esta era la segunda vez que visitaban un local liberal.
Estaban sentados los dos en la barra cuando me vieron salir de la mazmorra con la fusta en la mano pidiendo agua. En ese momento, me comentan que ellos nos habían estado observando, mirando por la puerta. Me expresan su interés por experimentar este mundo de mi mano. Me cuentan que al escuchar cómo mi Sumisa tenía varios orgasmos seguidos estando amarrada y al ver sus piernas temblar, decidieron hablar conmigo.
Entonces les comento que si no tienen un poco de idea del BDSM, no sería bueno empezar por una sesión sin antes conocer cómo es este mundo. Entonces les pregunto a ambos por su experiencia, si la tienen.
Él me cuenta que es Sumiso, que ha tenido Ama. Le gustaría que su pareja fuera su Dueña. Ella, sin embargo, no ha vivido nada relacionado con el BDSM. Pero estaría interesada en probar.
Entramos los tres en la mazmorra. El acuerdo al que llegamos fue que querían era que les ayudara a buscar el rol de cada uno en su pareja. Ninguno de los dos me puso ningún límite.
El objetivo de esta pareja era probar todo lo posible esa noche, para decidir qué era lo que les gustaba y lo que no.
En primer lugar, decido que él será Sumiso y ella la Ama. Le ordeno a él que se desnude y a ella que lo amarre en la cruz con los grilletes.
La luz roja invade toda la sala, el calor de las velas y el ambiente hace que todo sea más relajado y tranquilo. Intento explicarle a ella como coger la fusta y golpear las nalgas de su perro. Ella es un poco brusca y no consigue hacerlo bien.
Para enseñarle, cojo yo la fusta y empiezo con una serie de tres fustazos en ambas nalgas. Primero la derecha y luego la izquierda. Le pregunto al Sumiso si está bien. Me contesta que sí, que puedo seguir. Sigo dándole hasta que empieza a gemir y quejarse, produciéndose en él, una erección que todos vimos.
Le digo a ella que con su mano acaricie las nalgas de su pareja. Después que le ate mirando hacia nosotros y le amarre en sus huevos una pesa de 1Kg. Él lo tolera muy bien.
Le doy la fusta a ella para que siga pero me dice que no puede seguir, que ella también quiere ser Sumisa. Se desnuda, pone sus manos a la espalda y me dice que la utilice.
En este momento pregunto si los límites siguen siendo los mismos. Ambos contestan que sí, que están de acuerdo en seguir.
Entonces, le pongo a ella unas muñequeras y la amarro en una silla a cuatro patas. A un metro está su chico, al cuál le vendo los ojos y le susurro al oído si sabría reconocer a su chica cuando gime y está cachonda.
Él se empieza a poner nervioso e intenta soltarse. Le pregunto si quiere que lo suelte y me dice que no.
Cojo un flogger y empiezo a darle en las nalgas a ella. Se queja y suspira. Luego, comienzo a dejar caer cera caliente en su espalda. A continuación, vuelvo a darle con mis manos. La acaricio y suspira. Le paso un hielo por donde tenía la cera y ella empieza a gemir. De fondo se escucha a su pareja diciéndome “cabrón”.
Me giro y le abofeteo, diciéndole que se calle que es un puto cornudo Sumiso. Le tiro de los pezones con mis dedos.
Me doy la vuelta y sigo jugando con el hielo en las nalgas de ella. Lo voy bajando hasta que le meto el hielo en el coño y suelta su primer gemido en condiciones.
A continuación, me centro en tocar su clítoris. Ya no hay retorno para ella, empieza con un orgasmo que solo lo para el ruido de los gritos del cornudo que estaba empalmado, muy excitado.
Desato la chica de la silla y le ofrezco una porra de policía. Le digo que la moje con su corrida y se la meta en el culo al perro cornudo.
Él empieza a correrse sin que nadie pueda pararlo, quedando exhausto, colgado de sus brazos. Lo suelto y se sienta para recuperarse. Luego, lo ato a la silla.
Cojo a la chica y la amarro mirando hacia delante, le pongo unas pinzas en los pezones. Comienzo a masturbarla, ella empieza a gemir. Ésta vez, el cornudo la está viendo. Ve la cara de perra viciosa que tiene.
Cuando noto que su abdomen se contrae y sus piernas se estiran, le meto mi dedo gordo en el coño y la levanto del suelo, ayudándome de su pelo. Ella queda suspendida, no aguantando mucho. Empieza a gritar y a correrse.
Los suelto a los dos y les invito a darse una ducha. Al terminar, vinieron a despedirse de mí y me abrazaron diciendo que había sido una de las mejores noches de su vida.