Empezó como el típico chiste: "Están un inglés, un alemán y un español... ", pero en las dunas pasan cosas así. Estaba hace años dando "un paseo" por ese maravilloso rincón de la isla (deberíamos cuidarlo un poco más) cuando veo en lo alto de una duna a un chico jovencillo con un cuerpo muy atractivo. Entendí que me daba bola para que me acercara y allá me fui mientras él se desaparecía detrás de unos matorrales. Lo seguí y me encuentro que, en un lugar bastante resguardado, había otro hombre: un tío rubio de unos treinta y pico años con un cuerpazo también y desnudo. Pensé que había confundido "el mensaje" y me iba a retirar, pero el rubio peludillo me sonrió. Le sonreí y me acerqué. Eran dos: uno moreno de ojos azules, guapísimo, y uno rubio con algo de vello.
El moreno se acercó y empezó a acariciarme el pecho, los pezones, el cuello, los hombros... Nos besamos mientras el rubio se acercaba y nos uníamos en un beso a tres lenguas y una selva de manos que iba y venía del culo a la polla, a los huevos, al pecho o al cuello. En unos pocos segundos los tres apuntábamos al cielo excitadísimos con toda la cobertura.
Fue el chico moreno, una vez más, el primero que se puso de rodillas y se echó a la boca las dos pollas mientras su amigo y yo le empujábamos la cabeza y nos acariciábamos mutuamente. Al poco tiempo fue el rubio quien nos ofreció la boca mientras yo le comía los pezones al inglés de ojos maravillosos.
De bien nacidos es ser agradecido: me agaché y comencé a chupar alternativamente una polla y otra, un par de huevos y otro mientras ellos se ocupaban el uno del otro. Todo era perfecto y maravilloso. Había química, nos lo estábamos pasando en grande. Fuimos aumentando la intensidad hasta que en un breve lapso de tiempo nos corrimos. Nos quedamos abrazados mientras recuperábamos el control y la respiración. Fue entonces cuando empezamos a hablar: tendí mi toalla entre ellos y después de un tiempo comenzamos a dormitar.
Apenas media hora más tarde, la mano del rubio, a mi izquierda, comenzó a acariciarme el muslo. Lo miré y estaba de nuevo excitado. Lo acaricié, le comí los pezones, la boca... mientras con la mano comencé a masturbarlo muy lentamente. Él comenzó a respirar un poco más deprisa hasta que se corrió entre espasmos.
Pensé que su compañero dormía, así que me volví hacia mi derecha y comencé a lamerle suavemente los pezones. No dormía. Su polla estaba de nuevo recuperada y operativa. Me subí sobre él y, a causa del protector solar, nuestros cuerpos, que se acoplaron a la perfección, comenzaron a deslizarse cada vez más rítmicamente mientras nos besábamos con ternura y glotonería. Nos corrimos a la vez (cosa que siempre añade un plus) sin usar las manos, entre gemidos. Nos besamos aún un poco más y rodé hasta mi toalla sin fuerza.
Entonces sí nos dormimos los tres una ligera siesta. Al despertarnos nos despedimos fundiéndonos en un beso-abrazo cargado de buen rollo, como viejos amigos (o amantes)
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Siempre lamenté una última cosa: no haber pedido alguna manera de mantener el contacto.