Eran ya la cinco menos cinco. ¡Jo! Había quedado con Mesalina en el Mercado de la Isleta a las 5.00 pero por lo menos hasta las y cinco no llegaría. Sé que llegar tarde a una cita no está bien visto, pero qué podía hacer. Tomé mi móvil y escribí en mi whatsapp
“Lo siento. En nada estoy. Ya siento tu aroma. Muchos muaks”
A Aleida la conocí, como sin querer unos dos meses antes. El azar hizo que una noche de aburrimiento serpenteara por una de esas plataformas sociales. Desde el primer momento conectamos bastante bien y a partir de ahí todo era un fluir y fluir en nuestras conversaciones.
Ese día no me sentía nervioso, pero sí ansioso; ansioso por descubrir si aquella chica con la que había tenido horas y horas de complicidad resultaba tan interesante como parecía.
Desde lo lejos la vi su silueta, sentada en el banco que yo lo había indicado. Dudé si hacerla esperar un poco más. La observé durante unos segundos, aplicada y obediente, siguiendo las instrucciones que le había dado por mail:
“Has de estar siempre mirando al suelo hasta que pronuncie tu nombre real”
Sabía que estas palabras debían estar grabadas en la mente de Mesalina.
Me acerqué al banco y la vi totalmente nerviosa con la cabeza baja, mirando concentrada a sus pies y a los de los viandantes, por si alguno se acercaba más de la cuenta a ella.
—¿Cómo se siente mi perra esperando por su Amo? —Le dije con voz firme al oído desde la parte trasera el banco sin que notara cómo mis zapatos se le aproximaban.
Después del sobresalto que le causaron mis palabras, señaló tratando de controlar su respiración.
—Algo nerviosa.
—Sigue mirando al suelo. Por nada del mundo quiero que desvíes tu mirada de donde la tienes. Ya veo que has cumplido las instrucciones que te he enviado por mail, pero antes de nada quiero comprobar cómo están tus tangas de húmedas.
“Antes de bajarte del coche has de masturbarte durante un minuto, ni un segundo menos, ni un segundo más”
Mesalina abrió sus piernas. Deslice mi mano suavemente desde las rodillas, acariciando sus muslos hasta llegar a sus tangas que estaban totalmente empapadas.
—Ya veo que has sido buena perra. Me siento satisfecho de tener una perra como tú. Así que ahora tengo ganas de conocer a Aleida.
Me levante del banco y le di la mano para que se levantara conmigo. Nos dimos un abrazo y dos besos de presentación y nos miramos a la cara.
Aleida llevaba un vestido negro ajustado, por encima de las rodillas y escotado hasta el pecho. Calzaba unas cuñas vintage rojas. Nuestras miradas sonrieron y en un atisbo de complicidad, sin tocarnos llegaron a acariciarse.
Nos acercamos a una terraza y nos sentamos frente a frente. A decir verdad me gustaba la chica de labios carmesí y ojos color almendra que tenía frente a mí. Un brindis con dos copas de vino blanco afrutado y una sonrisa era el preludio de una velada donde la tarde fluía y nosotros con ella.
He de reconocer que en más de una ocasión me pilló Aleida en fuera de juego, mirando su generoso y atractivo escote.
Reíamos, hablábamos, nos poníamos serios y volvíamos a reír. Miradas seductoras e inquisidoras, sujeción de manos, un morreo hasta el infinito complicidad y deseo desparramado por todos lados… Parecía que nos conocíamos de toda la vida. Pocos temas quedaron sin pasar por nuestros labios desde la extraña levedad del ser hasta el amor en tiempos del cólera. Todo tenía cabida y entre estos, nuestro lado oscuro.
Y comencé a leer:
Eran ya las cinco menos cinco…
Y continúe leyendo la historia que tenía entre mis manos, hasta aquel instante donde le decía al oído:
—Me encantaría ponerle a Mesalina el collar de perra que compré para ella.
Aleida, sabía que en este momento había dejado de ser quien era para transformarse nuevamente en Mesalina. Así que agachó su mirada y como perrita amaestrada ofreció su cuello para amarrar aquel collar de púas que tenía en mis manos. Acaricié su cuello con delicadeza y lo cerré. Al mismo tiempo le pedía que levantara su cabeza para verla y sentir a mi perra frente a mí.
—Ahora quiero que vayas al baño, y coloques la cadena en el collar dejándola caer por tu espalda. Sentirás el frío del acero y eso te va a volver más cachonda. Así que te quitarás las tangas y empezarás a lamerlas como la perra que eres. Sacarás una foto desde el baño y me la enviarás. En ese momento comenzarás a masturbarte y me llamarás por el móvil. No podrás salir hasta que yo te dé el ok. Cuando regreses, has de procurar que la cadena quede dentro de tu rajita y la sientas al andar.
Mesalina apareció con un caminar un tanto afectivo que denotaba los efectos de la cadena. Tomamos el último sorbo y le dejé un billete de 20 para que fuera a la barra y pagara. En principio trato de replicar, pero luego bajó la cabeza y accedió.
Le pregunté si había traído todos los objetos que le había pedido por mail y se oyó un sí mientras asentía con su cabeza.
Nos fuimos del local y nos dirigimos por el Paseo de las Canteras. Era el mes de julio y como se puede pensar estaba lleno de gente.
Tomé la cadena para exhibir ante la gente a la perra que tenía conmigo. Unas veces le daba más cadena y otra menos. Sentía en esos momentos como mi perra disfrutaba.
Llegamos fuera del hotel y la hice parar. Entramos y ya en el ascensor, le puse su antifaz.
La hora H del día D que tanto habíamos planteado y planeado comenzaba su cuenta atrás: ¡Tres! ¡Dos! ¡Uno!