Besarle suavecito desde todo el cuello, hasta los labios. Ays!, Que rico…
- Señor, tiene que firmar aquí –
- ¿Qué, que dice? –
- Que esta es la llave de su habitación, la 401, y tiene que firmar aquí – La recepcionista me mira con impaciencia, así que imagino que lleva un rato hablándome mientras yo, en vez de escucharla, estaba anticipando lo que puede pasar dentro de un rato, cuando ella esté conmigo en la habitación.
- Ah!, sí, disculpa, estaba distraído – me mira y sonríe, como aceptando mis excusas y comienza a hablar nuevamente, explicándome donde están los ascensores y el salón del desayuno, que horario es el previsto para el desayuno y también el horario de la piscina, pero yo he vuelto a dejar de escucharla, y estoy soñando de nuevo.
- Muy bien gracias – le digo cuando termina, aún sin haber entendido nada de lo que me dijo.
– Quiero pagar ya la habitación – Me mira extrañada y pregunta
- ¿Efectivo o tarjeta? –
- Efectivo, respondo – No puedo dejar huella en la cuenta, pienso mientras la recepcionista imprime la factura y me devuelve el cambio.
- Que disfrute su estancia, señor – La oigo decir mientras me alejo hacia los ascensores
– Gracias –. Seguro que sí, que hoy será un gran día, voy pensando mientras sonrío y mi imaginación me hace disfrutar de lo que está por llegar.
Salgo del ascensor y recorro, cada vez más nervioso, el pasillo hasta mi habitación. El hotel está tranquilo. Atesoró un gran esplendor, allá por los años sesenta o así, cuando lo construyeron, en primera línea del paseo marítimo. Con el tiempo construyeron hoteles más modernos, más grandes y con más servicios, hoteles que le han ido haciendo sombra, pero este ha mantenido un nivel aceptable, refugio de turistas jubilados, de jóvenes mochileros y, sobre todo, de viajeros por trabajo, con dos o tres noches de estancia como mucho, técnicos, comerciales, gerentes de ventas y similares. Por eso lo elegimos para nuestro encuentro como amantes, porque es discreto y una estancia de una noche no llama la atención.
Ya dentro de la habitación, la recorro con la mirada y me parece estupenda, luminosa y recogida.
Examino el baño y huele a limpio, con la protección puesta, las toallas blancas, impecables, muy bien dobladas, y salgo y paseo por la habitación, paso la mano por las camas y compruebo que el colchón está firme (mejor, tendrá que aguantar un buen cuerpo a cuerpo), el escritorio ordenado, con hojas con el membrete del hotel, guías turísticas y un mapa de la ciudad.
Dejo la maleta en el suelo, la maleta del portátil, pequeña, que traigo para disimular, para que de verdad pareciera que me iba a quedar una noche, y me acerco al ventanal. Aunque el hotel está en el paseo marítimo, nos han dado una habitación con las vistas a una calle estrecha. Bueno, podría haber sido mejor, pero no me va a ensombrecer el día ni un instante. Cierro un poco las cortinas y la luz se atenúa, aunque podremos vernos perfectamente.
Ahora he de llamarla. Su teléfono suena una vez, media vez
-¿Si? -
– Querida, es la 401 –
- Vale – Y cuelga.
La espera se me ha hecho eterna, pero, apenas dos minutos más tarde, oigo que tocan en la puerta.
Abro y ahí está, coqueta, pequeña, intentando disimular con unos tacones que la estilizan. Está arreglada y a mí me parece hermosa. Se detiene un momento y, por un instante, me da la impresión que no va a entrar, pero tiene carácter, es decidida y entra rápido y, mientras cierro la puerta, la oigo que suspira. Acaba de liberar parte de la tensión.
- Señorita. Bienvenida, que sorpresa, que bueno que me visitaras, acabo de desempacar lo de la mudanza y todavía no se bien donde están las cosas, pero quizás te pueda invitar a un café. O a un té. ¿O mejor buscamos una peli y nos sentamos a charlar? – Me salen las palabras a borbotones, a toda velocidad. Ella se para, se pone enfrente a mí y comprende que he dicho la payasada para hacerla reír, para tranquilizarla, así que me pone la palma abierta en el pecho y la mueve un poco, agradeciéndome el gesto mientras sonríe y se le marcan con picardía los hoyitos en los lados de sus labios, uno hoyitos que me encantan.
Entra en la habitación repitiendo mi mismo recorrido, el baño, con su toallas dobladas y limpias, pasa la mano por la cama y la aprieta y asiente con la cabeza, se fija en los papeles sobre el escritorio y, después de dejar su bolso junto a mi maleta, llega hasta el ventanal y mira a la calle por el hueco que dejan las cortinas.
Yo la he seguido, dos o tres pasos por detrás, analizando sus movimientos y su figura. Aparte de los tacones, viste un pantalón celeste un poco elástico, que le marca las nalgas, y una breve camisa de tiros, blanca, con los hombros y el principio de la espalda al aire. Cuando se da la vuelta estamos a un paso el uno del otro, nos miramos.
Sin decirnos nada, nos abrazamos, ella rodea mi espalda por debajo de mis brazos y yo la suya por encima de sus hombros y permanecemos así hasta que nuestras respiraciones se tranquilizan y se acompasan, hasta que la tensión desaparece y comprendemos que lo hemos conseguido, que estamos solos en una habitación de hotel, que, durante el tiempo que compartamos aquí, el mundo queda fuera y nos pertenecemos por un vínculo potente, forjado durante semanas.
Empezamos a besarnos en los labios, despacio, y ese arranque representa el pistoletazo de salida. La pasión se disparó. Sabe me gusta, que la deseo. Los labios entreabiertos dejan paso a las lenguas, que se acarician suavemente, juguetonas, mientras las manos recorren las espaldas. No puedo esperar más y le quito la camiseta y, casi seguido, el sujetador. La piel de su espalda y sus hombros es suave y ahora, que empiezo a acariciarle los pechos, la suavidad y el calor es incomparable.
De forma inesperada, apoya las palmas de las manos en mi pecho y, estirando sus brazos, me empuja suavemente y me hace retroceder un paso, dos pasos, al mismo tiempo que ella también retrocede.
La miro extrañado mientras ella se lleva las manos a la espalda y las entrelaza atrás, lo que hace que sus pechos suban. Baja un poco la cabeza, y, con los labios entornados y los ojos casi cerrados, empieza a balancear los hombros suavemente, mirándome.
- Pero, ¿Qué hace? - ¿qué quiere? – No puedo quitarle la vista de encima y, de repente, caigo en la cuenta – Me está pidiendo que le ate las manos a la espalda – No me lo esperaba pero pienso deprisa, busco cualquier posibilidad y, antes de que la solución se haga visible en mi conciencia, me veo quitándome los cordones de los zapatos. La rodeo, y, con un nudo simple, le ato las manos por las muñecas.
Ahora, frente a frente, sé que me encantará jugar con ella. Zapatos fuera. Le desabrocho el pantalón y se lo quito. Le voy a bajar las braguitas y me paro.
- Quítate las bragas – Le susurro. Sonríe y estira las manos atadas hacia una de sus caderas y se baja las bragas un poco, con la puna de los dedos, hasta donde llega. Luego cambia de lado y se las bajas un poco más, hasta la otra cadera. Repite el movimiento, que me pone como loco, una, dos, varias veces más, hasta que sus manos no llegan. Entonces empieza a mover sus muslos adelante y atrás, adelante y atrás y así, con un vaivén de sus muslos, la última pieza de ropa que cubría su cuerpo, baja hasta el suelo al mismo ritmo que mueve sus piernas.
Me desnudo despacio y ahora estamos los dos frente a frente.
Tiene el pelo cortito y me es fácil, con levantarle un poco la cabeza, besarle el cuello, el mentón y seguir hasta sus labios entreabiertos. Juego con su lengua, y mis manos la aprietan por las nalgas, acercándola hacia mí. Si previo aviso, entre mi pulgar extendido y el índice en forma de gancho, le pinzo los pezones, fuertemente, y suelta un pequeño grito, espero que más por la sorpresa que porque le haya producido algún dolor.
Le froto los pezones y cierra los ojos, para sentirme mejor. Mi erección aumenta hasta un nivel del que no tengo memoria. Empiezo a caminar hacia atrás, siempre con sus pezones bien agarrados y se le estiran, lo pechos también, hasta que también camina, siguiéndome, y sus pechos vuelven a la normalidad.
Llegamos frente a un gran espejo, de cuerpo entero, situado a los pies de la cama. Me coloco detrás de ella y, mientras le acaricio los pechos, la cintura, las caderas, mientras la beso en el cuello y en la boca, la invito a que mire como mis manos recorren su piel.
Nuestros cuerpos vibran y empiezo a empujarla contra el espejo, hasta que está presionada contra el mismo, su pechos ligeramente aplastados y la cara girada, mirándome de reojo, preguntándome con la mirada ¿y ahora….qué?
Le separo las nalgas con mis manos y coloco mi polla con tranquilidad, con un suave movimiento de caderas, en todo lo largo de sus nalgas y noto que se pone tensa y abre mucho los ojos, que no han dejado de mirarme.
- Tranquila señorita mía – Le susurro – No voy a penetrarte por detrás, al menos hoy. No he traído ningún lubricante y no te haría daño por nada del mundo.
Siento que se relaja.
- Solo quiero sentir el calor entre tus nalgas – ella asiente y empieza a moverse despacito de arriba abajo.
- No te muevas – le digo en voz normal al poco tiempo. Me separo de ella y traigo la silla del escritorio y la coloco a los pies de la cama. Valoro y pienso que lo puedo mejorar, así que voy al baño y traigo dos toallas dobladas y las pongo en la silla. Me siento, quedo bastante alto y la separo del espejo atrayéndola por sus manos, dándole la vuelta.
Está frente a mí, de pié, y mientras cosquilleo sus pezones con mis labios entreabiertos, mi mano entra entre sus muslos y se apoya completamente, con la palma hacia arriba, en los labios que palpitan entre sus piernas, sintiendo su calor y su humedad. Mi mano se mueve un poco a lo largo de su raja. Mi dedo índice se curva y entra en su cuerpo. Y sale de su cuero. Y vuelve a entrar. Y la oigo gemir y disfrutar y eso me encanta, me encanta darle placer.
Retiro mi mano, y llevo ambas manos a mi espalda, enseñando claramente mi polla, que emerge como un remo, a invito – ¿Quieres subirte aquí?
Inspira profundamente – Si – Susurra mientras expira.
Inspira profundamente – Por favor – Susurra de nuevo.
Da un paso se acerca, levanta una de sus piernas e intenta subir, pero la detengo - Mejor date la vuelta y monta al revés – le digo – me gustaría que vieras como te la meto –
Se gira y vuelve a intentar subir, pero es pequeña, mi erección es enorme y yo estoy bastante alto sentado sobre las toallas, así que la ayudo. Soy bastante fuerte, la agarro por la cintura y la levanto, dejándola descender, poco a poco y bien centradita hacia lo que le espera. Una vez enfilada y cuando siento que ya tiene la puntas de los pies apoyadas en el suelo, la suelto y ahora está de su mano seguir el recorrido.
Con las puntas de los pies, le veo en el espejo los gemelos y lo músculos de sus torneados muslos en tensión. Apoya luego el empeine y desciende un poco más. Luego el taló y la mitad la está dentro. Flexiona las piernas y ya está, ha terminado, la tiene toda dentro. Todo ha durado una eternidad de placer contenido, más de cinco o seis segundos diría yo.
Con sus pechos bien agarrados por mis manos empieza a subir y a bajar, y el pilar entra y sale de su cuerpo mientras los dos jadeamos al mismo tiempo, disfrutando el momento, y, al darme cuenta que tiene los ojos cerrados y la cabeza inclinada hacia atrás, orientada hacia el techo, llamo su atención y la invito
– Quiero que te mires en el espejo –
Está completamente abierta así que, cuando baja la cabeza y abre los ojos, grandes y negros, no se pierde ni un detalle de lo que se está sucediendo entre sus piernas, así que ve con claridad como mis manos, que hace nada han soltado sus pechos, descienden por su cintura y, siguiendo el camino de las ingles, se paran en los labios de su coño, carnosos, y empiezan a acariciarlos. Eso la vuelve loca de placer y cierra los ojos, pero no quiere perderse detalle y los vuelve a abrir y a cerrar mientras suspira, por no poder disfrutar y mirar al mismo tiempo.
Mi mano derecha sube un poco y ahora su clítoris es mío y, nada más tocarlo, todo su cuerpo se tensa de placer y así la mantengo un rato, mi polla entrando y saliendo de su cuerpo y mi mano acariciando, en suaves y acompasados círculos, su clítoris.
Cuando creo que voy a terminar, que ya no podré seguir, la levanto inesperadamente, liberándola del anclaje que tenía dentro. Me mira con pena – ¿porqué? – parece que pregunta.
Si decir nada, le doy la vuelta y la vuelvo a subir. Ahora frente a mí, con todo metido dentro otra vez y las manos atadas a la espalda, descansa sobre mis mulsos y comienza a besarme los labios, el cuello, los párpados cerrados, el mentón, los labios y la legua y me hace disfrutar, pero quiero más
- Fóllate – le digo.
Para de besarme y empieza a subir y a bajar otra vez, pero el movimiento es corto. La agarro por la cintura y la elevo hasta el máximo posible, la dejo que descienda y la aprieto hasta que ya no puede bajar más y ella entiende y sigue sola, haciendo esta vez todo el caminito una vez, dos veces, hasta que pierdo la cuenta del placer que siento, y solo puedo oír nuestras respiraciones agitadas.
Le estoy agradecido de todo lo que me está haciendo disfrutar y, aunque siento que ella también está en inundada de placer quiero darle aun más, que llegue hasta la locura y entonces un recuerdo se abrió paso un instante en mi cabeza - “las situaciones que me ponen al límite, me ponen…” – me escribió una vez, cuando aun nos enviábamos correos electrónicos conociéndonos.
Para llevarla al límite, mi mano derecha se metió entre su espalda y sus manos atadas y descendió siguiendo la línea de su columna. Estábamos sudando y bajó con rapidez, siguió descendiendo con sin obstáculo entre sus nalgas. Si encontrar resistencia mi dedo índice encontró el pequeño agujero y entró por detrás y, en ese instante, fue cuando sentí que encontró el orgasmo que siempre estuvo buscando. Tenía los dos orificios entre sus abiertas piernas ocupados por partes de mi, partes que entraban y salían de forma acompasada con el subir y bajar de su cuerpo. Llegó tímida a la habitación pero ahora se había convertido en un terremoto y se movía con voluntad y fuerza, disfrutando de cada embate.
Nuestros cuerpos se fundieron en uno solo, el vello de nuestra piel entrelazado, nuestros poros unidos uno a uno como ventosas, sudando al unísono y con nuestros corazones bombeando sin parar…
Bum!..Bum!
Bum!.. Bum!
Y así, disfrutando como nunca, llegamos al final, con un latigazo de los músculos, desde los gemelos hasta el cuello, arqueando las espaldas de forma imposible. La inundé completamente y ella también lubricó mi cuerpo con un orgasmo increíble.
Lo demás, ya es historia.
selenitas | 11/11/2019 06:54
Gracias Loba. Me alegro que te gusta gustado y muy agradecido por tu felicitación. Auuuuhhh!!!!