A cuatro [ Relato ]

Mi nuevo trabajo me obligó a reorganizar mi vida, los horarios y mis días libres ya no eran como antes y esto empezó a limitar mis encuentros. -Estoy muriéndome- me escribía mi pareja desde su casa, aislado por COVID. -No quiero que te contagies y lo pases como estoy yo ahora mismo- me escribía con protección, no quería que pasara por el mismo episodio que él. Sin embargo, una vez se recuperó, fui yo la que cayó contagiada por familiares, nuevamente, tardamos en volver a vernos por culpa del dichoso virus. Me negaba a que volviese a caer malo.

Sin embargo, mis ganas de estar con él aumentaban y las suyas por mí también, ¿cuándo iba a dejarnos el destino una tregua para saciar nuestra sed de placer carnal? Tras recuperarme, me tocaba un cambio de jornada para cubrir las vacaciones de una compañera del trabajo, apenas iba a librar o coincidir con los días de descanso de mi pareja. ¡Qué frustrante! Pero llegó, llegó el día en que todo volvía a establecerse un poco y organizamos unos días juntos. Pero esa sed carnal… Seguía sin saciarse. Se suponía que mi menstruación iba a llegar más tarde, pero se adelantó y nos hizo compañía en los días que organizamos estar juntos.

¡Insoportable! Esto era una jodida maldición. Pasaron dos semanas hasta que, por fin, pudimos volver a organizarnos y vernos. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que lo hicimos? Perdí la cuenta de los días, las semanas, quizás hasta pasó un mes y ni me percaté, solo pensando en la llegada del día esperado. Quería mirarle, verle hacer sus gestos más bobos y dulces por la casa, preguntándome que taza quería para el café de la tarde, dejarle ser el mejor anfitrión. Quería su naturalidad, escucharle decirme que me quería, que se quedase perdido en mi sonrisa, que me arropara contra su cuerpo. Quería su humanidad.

Quedamos un domingo en la tarde, y no, no fuimos a los coches de choque. Pero si chocaron otras cosas esa tarde. Ahí estaba él, ofreciéndome su café, sentarnos en el sofá y charlar. Veía como se acercaba a mi persona, despacio, su rostro a milímetros del mío. Estaba buscando saciar su sed, comenzó a desabrochar mi vaquero. Se deshizo de él, para dar paso a mi ropa interior, un tanga negro con encaje. Con lo que le gusta el negro y los encajes. Su extraña paciencia inexistente, hizo que sus manos, suavemente tomasen las mías, acompañándome al dormitorio; Ahí estaba, la cama hecha, perfecta. En ella me empujó, dejándome tumbada boca arriba.

Pronto empezó a bajar su rostro por mi entrepierna, apartó un poco mi ropa interior y comenzó a beber. Sí, disfrutaba cada vez que encontraba mi coño totalmente… -Estás mojadísima- recalcó, mientras lanzaba una mirada traviesa. Asentí. Dejé que su boca bailara en mis labios, su lengua con mi clítoris, ¡Joder, lo estaba deseando! Pero también, deseaba otras cosas que producían más excitación y flujo en mí, así que comenzó a quitarse la ropa, como de costumbre: nos queríamos iguales de condiciones. Así se hallaba, desnudo, delante de mí, dejé que se tumbase en la cama. Quería jugar, quería volver a jugar con su polla, besarla, que mi lengua recorriese todo su sexo. Deseaba meterla hasta la garganta, dejar que la saliva mojase todo y que ese hilo, ese ínfimo rastro de ansias, dejase claro cuanto echaba de menos su piel.

La saliva empezaba a caminar hasta su ano, este detalle me hizo mantener unas palabras con mi querido amor, -Has estados estos dos últimos días…- comencé a jugar en la entrada de su ano con las yemas de mis dedos -…casi pidiéndome que juegue con tu culito-. De pronto su rostro cambió, se transformó en una mirada inocente que rogaba por lo que sabía que iba a suceder. -¿Dónde están los juguetes?- le pregunté con perversión, -Están en la caja-. Teníamos una pequeña cajita con juguetes varios y complementos, fui dirección al armario en su búsqueda y regresé a la cama con ella. La abrí. Abrí esa caja con una alegría casi pacífica pero motivadora. Busqué entre los objetos el plug-vibrador que le regalé por su cumpleaños, deseaba introducírselo y dejarle disfrutar. -¿Está cargado?- pregunté con esperanza, -No se ha usado desde la última vez que lo usamos- me esclareció mi duda.

Tras haber previamente lubricado y jugado con mis dedos, lubriqué el plug, le miré, -Si te duele o sientes alguna incomodidad, házmelo saber- él se limitó a afirmar con su cabeza. Poco a poco fui introduciendo el juguete, añadiendo la intensidad en base a cuan dentro se encontraba, de su boca salían gemidos ahogados de placer. Esa escena solo me apetecía acompañarla de una mamada, le estaba masturbando su culo mientras le hacía una mamada, ¿qué clase de maravilla estábamos llevándonos? Sin embargo, sabía que podía jugar más con él, ¡era tan delicioso! Mi perversa mente quiso ir a más. -¿Dónde está el arnés?- pregunté, -Está en la bolsa- me comenta. -Bien, pero ¿dónde está la bolsa?- él, que sabía donde se encontraba, se levantó hasta dármela en mano.

En esa bolsa se encontraba algo que a ambos nos hacía ilusión, creo que su mirada era una mezcla de deseo y temor, -Bien cariño, ponte a cuatro- le ordené mientras me ajustaba el arnés, -¿De verdad quieres que me ponga a cuatro?- quiso corroborar mis palabras. -¡Sí, cariño! Ponte a cuatro ahora mismo.- le exigí. Y tras la toma de decisión, se comienza a colocar a cuatro, dejando una mirada temerosa al dildo que me ponía en el arnés. -Iré con cuidado cariño!-.