La música alta, el sol en la cara y nosotros cantando felices, bailando sin vergüenza. Nos miramos para dedicarnos los versos que nos encantan. La gente, desde otros coches nos mira y se puede adivinar su pensamiento: "¡Qué locos!". Y así es, locos por no vivir la vida como los demás, locos por no tener vergüenza a la hora de hacer lo que nos hace feliz, locos por no importarnos lo que piensen de nosotros.
Nos adentramos en una carretera de tierra porque sí, también estamos tan locos para no ir a playas abarrotadas de gente. Aparcamos a un lado y comenzamos a bajar un barranco hasta llegar a nuestra playa maravillosa y mágica. Nos ponemos en una pequeña cueva, dejamos las mochilas en el suelo, sacamos las toallas y nos quitamos la ropa. Toda la ropa. Como siempre, la playa está completamente desierta.
Tras la caminata, nos apetece un refrescante baño en el mar. La marea está tranquila, el agua cristalina y muy fría. Tú entras de una, como siempre, yo necesito mi tiempo. Vienes corriendo hacia mí empapado y me abrazas. Yo intento zafarme de ese abrazo frío, pero no puedo luchar contra tus brazos, esos brazos en los que se define cada músculo. Mis pezones se ponen completamente duros, no sé si del frío del agua o del roce de tu cuerpo. De repente el forcejeo para, me miras y me besas. Te devuelvo el beso y, mientras nos besamos, tiras de mí para caer juntos en el mar. Me das un abrazo para combatir el frío del agua y seguimos besándonos mientras las olas nos mecen. Y nos vamos rozando. Los besos cada vez más desesperados y nuestras manos buscando el cuerpo del otro. Ahí está, duro y palpitante. Lo agarro, me separo de tu boca y te miro. Comienzo a acariciarte sin apartar mis ojos de los tuyos. Nuestras bocas, entreabiertas, comienzan a buscarse otra vez y tu mano se posa en mi entrepierna. Envuelvo tu cintura con mis piernas, me agarras de las nalgas y busco el roce de tu sexo con el mío. Empiezas a salir del agua y me acuestas en la orilla. Te arrodillas a mi lado y me miras de arriba abajo, desnuda, jadeante y lujuriosa. Te colocas entre mis piernas y entras dentro de mí, suavemente, con todo el amor que me tienes. No dejas de mirarme mientras vas entrando y saliendo de mi cuerpo. Te inclinas y me besas, agarro tu cara con mis manos para alargar ese beso húmedo y salado. El sol recorriendo tu cuerpo, tu pelo rizado mojado formando esos caracolillos que me encantan, tus ojos verdosos son esas pestañas tan rizadas y espesas, tus labios perfectos, tu pecho fuerte... Las olas que nos van bañando. Pareces un puto dios. Pareces Poseidón recién salido de las profundidades marinas.
Tumbas tu cuerpo sobre el mío, me agarras y giras dejándome sobre ti. Te agarras fuerte a mis nalgas y empujas. Empiezo a moverme y veo como me miras, me encanta cuando me miras así, como si no hubieses visto nada más bonito en tu vida, esa sonrisa de felicidad y subes las manos a mi espalda, me atraes hacia ti y me besas. Yo no dejo de moverme. Me incorporo y sigo cabalgando, mis manos, junto a las tuyas, recorren mi cuerpo, me sujeto el pelo, cada vez la siento más adentro, más dura, más gruesa... Yo empiezo a sentir como el clítoris se hincha más y más. Tiro el cuerpo un poco hacia atrás para alargar el momento. Tus manos suben de mis nalgas a mi abdomen, pasando por mis muslos y caderas y buscan mis pechos. Tocas, aprietas, amasas y coges los pezones entre tus dedos. Me paro, me inclino hacia ti, pongo las manos en tu pecho y empiezo a hacer movimientos lentos, pero intensos, buscando la penetración más profunda. Voy aumentando el ritmo y me corro. Mi gemido ha debido oírse por todo el barranco. Aflojo el ritmo. Me pides que no pares. Sabes que me cuesta seguir, pero muy despacito sigo moviéndome, clavando mis ojos en los tuyos. Cuando mi clítoris pierde la sensibilidad postorgasmo, empiezo a moverme más rápido y más intenso. Empiezas a moverte conmigo, tienes ganas de correrte, te lo veo en la cara. Te pido que aguantes un poco más, sé que voy a correrme otra vez. Sigo cabalgándote, fuerte y rápido. Notas mis espamos y terminas. Unos segundo más y lo hago yo. Me dejo caer en la arena, a tu lado, mientras el mar sigue bañándonos en su vaivén.
Te levantas y empiezas a adentrarte en el agua con el sol iluminando ese cuerpo que tanto me excita, tu espalda ancha, tus hombros fuertes... Como Neptuno volviendo a su reino.