“Coge tu rímel”, exijo. “Coge un poco de rubor. Quiero que te lo apliques como si estuvieras a punto de debutar en el paseo de Lugo”. De pie junto a tu tocador, te miro en el espejo, aplicando sombra azul sobre tus párpados. “¡Más!”, espeto. “Hazlo más oscuro”. Cuando estoy satisfecho, asiento con la cabeza en señal de aprobación. A continuación, agregas delineador, dándote ese sabor sucio y manchado. “Bien”, escupo la palabra, “Ahora, arréglate las pestañas”.
Una vez que están obscenamente largas, tomas un tubo de lápiz labial, pero te lo saco de la mano. “No, eso no. Ve a ponerte medias de rejilla”. Te levantas sin dudarlo y te diriges al vestidor. “No quiero que uses bragas”, grito. —Pero encuentra un sujetador de encaje negro que haya sido tirado a la lavadora demasiadas veces, como lo encontraste en un basurero de Cáritas.
Unos momentos después, reapareces tal como esperaba que lo hicieras. —Eso es lindo. Eso es muy lindo. ¿Quieres que te haga bonita? —pregunto, tomando tu mano y haciéndote girar. —¿Quieres que papi te haga lucir por fuera como te sientes por dentro? —Te acaricio la cara.
—Todo el mundo es tan amable contigo todo el tiempo. ¿No estás harta de eso? ¿No se vuelve aburrido escuchar a los hombres decir cumplidos fáciles que no significan absolutamente nada? Son los mismos que intentan con cada chica que se acerca a oler. Sé la verdad sobre ti. La vi la primera vez que te miré a los ojos. No eres inocente en absoluto.
Levantas tu hombro, intentas esconderte detrás de él. —Sonríele a papi. Déjame ver —digo, tocando tu barbilla y forzando tu mirada hacia mí. Al principio te estremeces, pero de alguna manera levantas las comisuras de tu boca y muestras tus dientes. “Ahí está. Ahí está ese coño pervertido que amo”.
Saco un rotulador negro grueso de mi bolsillo. “Quédate quieta mientras escribo sobre ti”, digo. “No tienes permiso para mirar hasta que termine”.
Me tomo mi tiempo colocando una palabra en tu pecho derecho y otra en el izquierdo. Te inclino y garabateo sobre tu trasero. En mayúsculas, lentamente imprimo algo en tu estómago y sobre tu coño. Escribo en tus muslos. Cuando termino, doy un paso atrás y miro mi trabajo. “Hmm, así está mejor, pero todavía tengo más que hacer”. Tomo el lápiz labial rojo sangre que te arrojé antes y trazo con cuidado letras que van de una mejilla a la otra, formando un gran círculo rojo alrededor de tu linda boquita.
“Ahí tienes. ¿Quién diría que eras tan elegante? Ponte de rodillas. Mírame”. Agarro tu cara. Giro tu cabeza de un lado a otro. Tus ojos parecen duplicarse. —Ahí está la putita que imaginé —digo—. Pero aún no eres perfecta. —Froto mi polla en tu boca de puta, manchando el lápiz labial, convirtiéndote en lo que las madres rezan para que sus hijas nunca se conviertan. Te abres tanto, que dejas al descubierto la parte posterior de tu garganta. Me masturbo con tu lengua. —¿Es esto lo que quieres, pedazo de carne sexual?
Paso mis dedos por tu cabello y agarro tu nuca. —Sabes lo que está por venir. Me fuerzo a pasar más allá de tus amígdalas, donde golpeo una pared, y luego empujo más profundo. Te sostengo allí, mis bolas en tu barbilla cubierta de baba. Me miras con todo el amor que una niña inocente puede tener por su papi. Tus ojos tristes me muestran que tu único deseo es que puedas llevarme más profundo. Mi único deseo es destrozar tu agujero del culo, empujando como si quisiera reventar la cabeza de mi polla por la parte de atrás de tu cráneo.
La palabra "puta" está pintada en tu cara con letras rojas brillantes. La zorra que amo se convierte en la zorra que desprecio. Si estuviera de humor para analizarme, tal vez me preguntaría si soy yo a quien no soporto. Tal vez me preguntaría si soy yo quien necesita romper. Pero ahora mismo, todo lo que quiero es oírte atragantarte y sentir babas corriendo por mis muslos.
"No me importa una mierda si vomitas sobre mí", gruño. No voy a parar. Hemos llegado demasiado lejos. No puedo contenerme de asaltar tu boca con más fuerza. Te desgarro como si estuviera tratando de expiar algo imperdonable. "¿Me perdonas? ¡Que te jodan! Necesito la absolución como necesito una hernia, como necesito otra maldita migraña".
Te aparto de mi polla por el pelo y jadeas en busca de aire. "No. Que te jodan. Llévame de nuevo a tu garganta", gruño, metiendo mi polla en tu buche. Y de alguna manera, rompo la roca firme y encuentro una nueva profundidad. “¿Te sientes bien al recibir toda la furia de tu papi? ¿Te sientes realizada de ser mi linda putita? Porque no he terminado. Puede que nunca acabe”.
Te levanto por el cuello. Tu cara, cuello y tetas están empapadas de baba viscosa. Tu rímel no se desliza por tus mejillas, las cubre. La palabra “coño” está escrita en letras negras oscuras en tu pecho derecho. La palabra “puta” está en tu izquierdo. Te arrastro al baño y sostengo tu cara frente al espejo. “¡MIRA! ¡MIRA LO JODIDAMENTE BONITA QUE ERES!”, grito, aplastando tu cabeza contra el espejo. Tu maquillaje se corre por todas partes. Golpeo la palabra “follar” con mi polla. Está escrita en tu nalga izquierda. Golpeo la palabra “agujero” en la derecha.
Hundiendo el pene en tu coño empapado, te follo. "Fóllate. Toma la polla de papi". Es tu propósito en esta vida. Es por eso que naciste. Toda tu existencia ha estado conduciendo a este momento hasta la próxima vez que necesite que seas mi linda putita. Y luego se convertirá en tu próxima razón para existir. No puedes sentirlo porque cada parte de ti se ha apagado. No estás pensando. Eres la suma de tus tres agujeros, y eso es todo lo que eres.
El jugo del coño corre por tus piernas, goteando más allá de la palabra "lefa" en tu muslo derecho y la palabra "cubo" en tu izquierdo. Hay una parte de ti que ve esto como la única versión de ti. Todo lo demás es la máscara que te pones, esperando la próxima vez que pueda destrozarte. Cuando te miro, solo me interesan las cosas que te asustan demasiado para decirlas en voz alta. Nunca te obligaré a decirlas. Pero si no me muestras lo que se esconde, ¿entonces qué maldito sentido tiene?
Mi cuerpo se estrella contra ti con tanta fuerza que tiro el tocador suelto. La pasta de dientes cae en el lavabo. Mi crema de afeitar cae al suelo. Las tuberías podrían reventar, salpicándonos con agua, y yo no pararía. “¿Lo entiendes, mi linda putita? ¿Te das cuenta de que esto es lo que soy? ¿Es esto lo que quieres ser para mí?” Necesito que tu suciedad se filtre por cada uno de tus poros. Si estás actuando, no me perderé dentro de ti. No obtendré el alivio que tan desesperadamente necesito. Mi linda putita de labios rojos brillantes y suficiente sombra de ojos para parecer una viciosa prostituta, te amo como eres de verdad. ¿Amas a tu verdadero yo?