Acababan de abrir un nuevo supermercado a una calle de su casa. A los pocos días de la apertura, se acercó curioso por la novedad. Nada más entrar, se dio cuenta de que era un sitio pequeño, típico supermercado de barrio. Sin embargo, eso no fue lo que más llamó su atención: en la caja se encontraba trabajando una chica preciosa. Su pelo moreno y lacio realzaba su piel blanquecina y ojos claros. Además, el polo de su uniforme mostraba un pecho abundante y dejaba entrever lo apretado que llevaba el sujetador. El pantalón ceñido resaltaba unas agradables curvas desde su cadera hasta las pantorrillas. No era un cuerpo de ensueño, pero a él lo había dejado atónito la figura de aquella cajera. Al pasar por detrás, él dio los buenos días. Ella giró su cabeza e hizo lo propio, una afable sonrisa acompañó sus palabras. Solamente con una barra de pan debajo del brazo, hizo cola esperando encontrarse frente a frente con su idolatrada. Por fin había llegado el momento, y aunque fue breve debido al escaso producto a pasar por el lector, intercambiaron sonrisas y hubo cierta complicidad. Ya en casa, no podía dejar de pensar o en lo que para él era una diosa. Deseaba que con esas sinuosas curvas cabalgara encima de su sexo. Con esto último en su cabeza, comenzó a acariciarse hasta terminar masturbándose imaginando las múltiples maneras en las que la tomaría.
Durante las siguientes dos semanas, no había un día que no pasara por el supermercado a comprar el pan, y todos y cada uno de ellos, ahí estaba la chica atendiendo la caja. Las conversaciones eran banales y efímeras y se notaba cierta timidez en los dos. Eso no quitaba las miradas cómplices que cruzaban entre silencios. Él hacía una gracia, ella se reía así siempre que compartían un momento.
Uno de esos días que se disponía a comprar el pan y encontrarse con la chica, no la vio en la caja. En su lugar, había otro empleado que había visto por el supermercado alguna que otra vez. La decepción en su cara era palpable. Caminó desilusionado en busca del dichoso pan, cuando, al otear a uno de los pasillos, la vio. Estaba colocando galletas en un estante. Él se dirigió hacia ella, esta lo miro y le sonrió. Se saludaron con dos besos, algo que él no se esperaba. Se dijeron algunas palabras triviales de compromiso y él ya buscaba seguir su camino, cuando ella de sorpresa, lo agarró de la mano y ni corta ni perezosa, le susurró: ‘’¿ya te vas? Pensé que después de tanto mirarme las tetas ibas a hacer algo’’. Después de esa música para sus oídos, él acercó su mano a su mejilla y pegó sus labios a los de ella. Sus lenguas no paraban de rozarse y el intercambio de saliva era constante. Ella agarró su polla con fuerza por fuera del pantalón y comenzó a sobarla. Esta creció de tamaño rápidamente. Su magnitud y la dureza la impresionaron. Él manoseaba sus tetas y no dejaba de comerle la boca con pasión. Sin poder aguantar más las ganas, la giró y la puso de espaldas. Mientras restregaba su sexo contra sus voluptuosas nalgas y ella empujaba con fuerza hacia fuera intentando sentirla lo más que pudiera, una mano de él se introducía en su pantalón y la otra masajeaba sus pechos. Pudo sentir lo húmeda que estaba y con un dedo iba incitando a ese clítoris a que palpitara con más y más fuerza. Cuando el éxtasis parecía inexorable, se dieron cuenta de dónde estaban y decidieron parar por el momento. Ella le dijo que viniera a buscarla al salir del trabajo para ir a su casa y completar el idilio. Lo demás ya es historia.