Recientemente he salido de una relación tóxica, hoy puedo decir que soy soy feliz en mi vida. Cuando surge la ruptura muchos amigos pretenden estar a tu lado, mostrando a todas horas su apoyo incondicional, sin saber que lo único que quieres es organizar tu vida y aprender a vivir solo. No es algo que especialmente me moleste pues sé que lo hacen con toda su buena fe.
Una de esas amigas incondicionales se llama Elena, desde un principio se preocupó por mí. Elena es una chica maravillosa, de esas mujeres que cuando estaban en la facultad todos querían tener algo con ella. Hoy día es una mujer separada y sigue conservando toda aquella magia y belleza que cautivaba las desordenadas hormonas de la adolescencia.
Una noche quedamos para cenar y tomar algo. Francamente me hizo sentir muy bien, reímos y terminamos la velada como antaño, caminando solos hacia su casa para acompañarla hasta su portal.
Llegamos a nuestro destino, yo todavía tenía que andar un rato de vuelta para recoger mi coche, así que Elena me propuso subir a su casa y tomar un café antes de iniciar la travesía. Por otro lado había bebido, y ella no creía que fuera oportuno que condujera, lo cual fue el único gesto cabal de toda aquella disparatada noche.
Subimos a su casa, nos acomodamos en su bello salón. Mientras se preparaba el café ella se había descalzado y puso sus pies en mi regazo. Tenía unos pies preciosos y muy sexys, lo cual hizo que de forma manifiesta se abultara mi entrepierna. De golpe, y como si se hubiese percatado del asunto, se levantó y se fue a la cocina. Me sentía avergonzado pensando que el motivo de tal sobresalto fuera otro bien diferente a que las borras del café habían terminado de colarse.
Sirvió el café y de nuevo se sentó a mi lado, poniendo de nuevo sus pies sobre mis muslos con absoluta naturalidad. Terminamos el café, y ella me pidió que le diera un masaje en los pies, para lo cual había cogido, sin esperar mi respuesta, un dosificador de crema hidratante que tenía en la mesa del salón.
Reconozco que a esas alturas yo estaba a mil y que me preocupaba la propuesta por los resultados que pudiera tener, pues hasta ese día pensaba que con una amiga no se pueden cometer determinados errores. Accedí a lo que me pedía, empezando por uno de sus pies, mientras el otro descansaba sobre mi miembro.
Percatada de mi excitación, y tras haber transcurrido cierto tiempo, se incorporó en el sillón. Sin mediar explicación alguna, Elena cogió la crema hidratante y aplicó una cantidad generosa en sus manos, mientras transcurrieron unos segundos de incómodo silencio. Empezó a frotar las palmas para extender la crema y repitió mi nombre, en diminutivo, en dos ocasiones, a modo de recriminación, ordenándome que me desabrochara el pantalón porque, según ella, me iba a hacer algo que necesitaba.
Elena me hizo la mejor paja que me han hecho en la vida, quizá por inesperada. Pero no sería justo quitarle mérito a mi amiga, a la que hoy considero casi como una Diosa del sexo. Estuvo casi una hora masturbándome, sin pedir otra cosa más que me dejara llevar. Me llevó al precipicio hasta en tres ocasiones, regulando el ritmo y vigor casi mejor de lo que lo hubiese hecho yo mismo. Sabía que no había una cuarta, se lo hice saber, y solo entonces fue cuando se quitó la blusa, ofreciéndome sus preciosos pechos, en los que derramé unos cuantos latigazos de semen, que por acción de la gravedad pronto se convirtieron en un reguero que bajaba por su canalillo hasta el ombligo.
A fecha de hoy he vuelto a quedar con ella en varias ocasiones, obviando aquel episodio. Nuestra amistad sigue siendo la misma. Aquello fue algo que me ha hecho reflexionar sobre algo en lo que no creía: ¿amistad y sexo?. Hoy no solo creo que es compatible, sino que además es la mejor de las opciones.