Pocas cosas son tan sublimes en el plano sexual cuando una fantasía se hace realidad. En la adolescencia se forjan muchos de nuestros fetiches sexuales: objetos, situaciones y personas... Yo voy a hablarles de un fetiche que tengo relacionado con una mujer desde hace muchos años, un fetiche que fue objeto de mis primeras escaramuzas sexuales que nunca se consumaron hasta bien pasado el tiempo.
Cristina es la hermana de Carlos, mi mejor amigo. En la adolescencia, Cristina era un objeto continuo de mis incipientes y desatados deseos sexuales, finalmente retenidos por ser la hermana de mi amigo.
Pasados los años, siendo ya adultos, el destino quiso que por motivos laborales coincidiéramos en Las Palmas. Al principio quedábamos muy a menudo a tomar café, ir a la playa o dar un paseo, pues ambos teníamos pareja fuera de la isla y toda nuestra relación debía de suponerse del todo inocente.
Una noche quedamos para tomarnos unas copas. Recuerdo que en aquel local no cabía un alfiler, así que para abrirnos paso entre el tumulto agarré su mano y me empleaba como baluarte hasta llegar a una zona más despejada. Fue en ese momento cuando despertó la bestia sexual que todos llevamos dentro, al darme cuenta que ella cogía la mía de esa manera que no dejaba lugar a la duda.
Reconozco que animado por la situación, insistí en que nos tomáramos alguna copa más de lo que en otras circunstancias nos hubiese apetecido, ella accedía y eso iba afianzando mi plan.
Llegó el momento decisivo, en el portal de su casa, pues le propuse acompañarla dando un paseo por la avenida de las Canteras. Fue entonces cuando me atreví a a besar sus labios, a rozar su cuello y a oler por fin su piel. Tuve suerte en la apuesta, y sin solución de continuidad, la escena se trasladó a su alcoba, donde finalmente pude probar su sexo y penetrarla.
Todavía recuerdo aquellas brutales embestidas en el quicio de su cama, sin mediar protección alguna entre nuestros sexos. Descubrí que era una amante maravillosa, y que yo también había sido objeto de su intimidad en muchas ocasiones, así me lo decía al oído mientras jadeábamos de placer.
Hice un esfuerzo infrahumano por contener mi orgasmo, no me gusta correrme antes que mi pareja. Le dije que me avisara cuando fuese a terminar, y solo entonces, me derramé dentro de ella, notando la fuerza de mi semen bombeando hacia su vagina. Mantuve mi pene dentro de ella y nos quedamos dormidos.
Llegada la mañana nos despertamos en la misma postura, totalmente desnudos y con aquel cerco delator en las sábanas. Ella tenía sentimiento de culpabilidad, al igual que yo. Decidimos no volver a vernos, todo había sido un "calentón" que no conducía a nada bueno. Me duché y me despedí de ella con un beso en sus labios.
Cristina se casó con su pareja, se supone que es feliz y tiene dos niños. No dejo de acordarme de ella, durante muchos años había sido una fuente de inspiración en mis momentos íntimos y reconozco que hoy, en días como éstos, todavía sigue siéndolo.