Nunca había podido imaginar aquella situación. Mamen estaba sencillamente guapa, sugerente, excitante, provocadora y deseada por todos. Se había convertido en la diana hacia donde apuntaban todas las miradas y eso era lo que más o menos marcaba el guión que esa noche le tocaba interpretar. Un guión que muchas veces se había dibujado en mi mente como el abc perfecto de nuestro encuentro, donde los extras clavaban sus miradas en Mamen y sus contornos. Me sentía como pez en el agua en un papel que había formado parte de mis fantasías durante mucho tiempo y que, con seguridad, cualquiera de los allí presentes hubiera suspirado por estar en mi lugar.
A Mamen la conocí una de esas noches tontas en las que sales a tomar unas cervezas con los amigos y a la vuelta te crees eso de y ahora con este cuerpo de golfo te vas acostar. ¡No! ¡Claro que no! Algo habría que hacer y lo mejor era aventurarse a dar un paseo por el “ciberdespacio” –es así como lo suelo llamar- y…
—¡Mierda! Nadie en mi !
Miré el whasapt y otro tanto de lo mismo. ¿Me quedaba algo? Tenía dos opciones o me iba a acostar, apagando así el brillo y la malicia de mis ojos y el burbujetear de mis ideas o me adentraba en un una de esas páginas de que de vez en cuando visitaba. Lo intenté primero con Lobita26, pero el silencio presidió mi tentativa. Luego fue Atrevidax, más o menos con la misma suerte.
A la tercera, … ¡por fin el refrán va y se cumple! Una tal Nenita29 dio respuesta a mi SOS existencial. La tal Nenita29 pronto se evaporó de mi pensamiento y se convirtió en Mamen, su verdadero nombre. Estuvimos hablando durante una hora, en mi caso, exclusivamente con ella, en el suyo, creo que no. Un muaks de despedida, dio lugar a una segunda noche, a una décima…
En una de tantas noches intercambiamos nuestras fotos, y, la verdad que la imagen que mi mente había perfilado de Mamen era completamente diferente a la que me mostró la pantalla. Esperaba la figura de una chica morena, de pelo negros y ojos oscuros… como estereotipo de mujer andaluza que creí que Mamen debía reencarnar. Por el contrario, me encontré con una castaña sonriente, de labios golosos, en cuya cara creí descubrir una singular mezcla de inocencia y vicio y en cuyas curvas soñé naufragar más de una noche.
Tres meses tardamos en vernos.
A Mamen le gustaba notarse deseada, sentir que su cuerpo levantaba pasiones y límites insospechados y a fe que por lo que mis ojos podían comprobar lo estaba consiguiendo. Un top blanco generoso mostraba cien por cien natural parte de los encantos que la madre naturaleza le había proporcionado, una minifalda que se perdía hasta el infinito y a su vez hacía perderse a quienes intentaban seguir su curso, y por último, como si de la diosa Artemisa en una cacería sin tregua se tratara, unas botas negras de esas que a los tíos nos ponen a cien si la chica está desnuda y con ellas puestas.
Nuestro juego aún estaba en sus prolegómenos así que si querían más, lo iban a tener.
Hacía dos días que Mamen y yo nos habíamos conocido; habíamos quedado en la estación del AVE y desde allí al hotel. Un hotel que habíamos convertido en una auténtica trinchera de la que apenas salíamos al exterior para comer y poco más.
He de decir que en esos dos días había aprendido a describir minuciosamente cualquier accidente geográfico que formaba parte de aquel cuerpo: su espalda, sus manos, sus pies, su cuello, sus dedos, su ombligo, su… Había conseguido adentrarme en sus valles y escalado sus montañas, muchas veces en ese camino de ida y vuelta con un pañuelo de seda tapando mis ojos. Había logrado descender a sus pliegues y fallas y elevarme en sus suspiros. Había descubierto el infinito jugando con el tiempo.
Ahora Mamen no estaba solo para mí sino que había decidido compartirla con los demás. Sentada en el taburete del pub y dándole la espalda a la barra, exhibía sus piernas cuyos límites estaban marcados por un minúsculo tanga malva tan visible a las miradas de los demás como su propia cara.
(continuará)